Jordi Savall (Igualada, 1941) es un sabio de los de antes. Un
erudito. Un humanista. En sus trabajos hilvana retales de historia,
literatura, filosofía, arte... y así confecciona proyectos que van mucho
más allá de las músicas de una época. Con su viola de gamba cuenta
vidas ajenas, lejanas; narra viajes, exilios, huidas; habla de épocas de
convivencia entre culturas, de enriquecimiento, de tolerancia y paz; y
de épocas de guerra, de dolor y enfrentamiento; pone en contexto
conflictos antiguos.
Su trabajo ha valido al investigador e intérprete de música antigua
numerosas distinciones, entre las últimas el Leónie Sonning, considerado
el Nobel de la música. En el 2014 celebró los 40 años de la fundación
del conjunto Hespèrion XXI, de música antigua con instrumentos
históricos, y 25 de Le Concert des Nations, una orquesta de música
barroca.
“Hay cosas tan absurdas... España es el único país de Europa y del mundo en que no se toca el laúd: en la reconquista rompió relaciones con el mundo árabe, y el laúd es el instrumento árabe por excelencia”
Video: Conferencia de Jordi Savall del ciclo “Autobiografía Intelectual” (march.es | 29 de mayo de 2014)
En octubre pasado recibió la medalla de oro de la Generalitat de Catalunya, por su trayectoria musical y su contribución a la cultura. Y ese mismo mes rechazó el premio Nacional de Música, otorgado por el Ministerio de Cultura, alegando el menosprecio y desinterés de la Administración por la música y los músicos. Aunque de ese episodio que levantó polémica, Savall no quiere hablar más. Asegura que es agua pasada.
A pesar de que su agenda da vértigo, con más de 150 conciertos al año
en medio mundo, confiesa que no se cansa nunca de tocar. Dice que la
música regenera y nutre.
¿Cómo surgen sus proyectos, como por ejemplo Balkan. Miel y sangre. Los ciclos de la vida,
que editó el año pasado, en el que contó con la colaboración de músicos
de los Balcanes y que recoge músicas tradicionales de esa zona?
Cuando se cumplieron 20 años del terrible asedio de Sarajevo,
celebramos un concierto en el Festival Grec de Barcelona al que
invitamos a músicos de los Balcanes. Fue entonces cuando comencé a
investigar y me di cuenta de que era una zona de la que sabemos muy poco
y que cuenta con una extraordinaria riqueza cultural que procede de
haber estado aislada durante 500 años. Allí no hubo ni Renacimiento, ni
barroco, ni Ilustración, ni tampoco guerras. Sólo tolerancia. En los
Balcanes convivían en paz musulmanes, ortodoxos, cristianos, judíos. Esa
situación ha hecho que se haya conservado un patrimonio mucho más
antiguo y auténtico que el nuestro; porque las distintas capas del
progreso, que es fantástico, comportan la pérdida de otras cosas que
estaban antes. Los Balcanes son un buen ejemplo de cómo durante toda la
historia del ser humano se ha producido un enriquecimiento entre
civilizaciones, un intercambio cultural que ha ayudado a gestar el
nacimiento de nuevas cosas. Y eso es en lo que conviene profundizar y lo
que hemos intentado hacer en el proyecto de los Balcanes, reflexionar
sobre esta riqueza y mezcla de culturas tan diversas.
Sin embargo, a veces, la cultura no se usa para enriquecer, sino como arma contra el otro.
Eso no viene de la cultura, sino del interés político o económico. El
conflicto aparece cuando uno quiere apropiarse de la riqueza o del
terreno de otro y lo excluye; cuando hay una falta de aceptación, de
respeto a que el otro tiene también unos derechos. Sarajevo es el caso
más típico. Era el Jerusalén de Europa, una ciudad en que la que habían
convivido durante siglos ortodoxos, cristianos, musulmanes, judíos y
siempre había funcionado muy bien. Pero eso para los fanáticos serbios
era un insulto. Ellos veían esa diversidad no como una riqueza, sino
como un peligro.
Parece que la historia se repite una y otra vez.
Es cierto, y hay cosas tan absurdas... Por ejemplo, España es el único
país de Europa y del mundo en que no se toca el laúd. ¿Sabe por qué?
Pues porque en la reconquista rompió relaciones con el mundo árabe, y el
laúd es el instrumento árabe por excelencia. Aquí se construyó otro, la
vihuela de mano, que lo imitaba, pero era hispánico.
Escuchar sus discos es zambullirse en la historia, una constante desde hace muchos años en sus trabajos. ¿Por qué?
Me gusta pensar que podemos ayudar a comprender la historia de cada
momento. Y para eso necesitas textos y cronologías, informaciones,
imágenes. Es curioso, porque en algún momento de la historia de la
música se empezó a pensar que era suficiente por sí misma. Que no hacía
falta nada más, sólo escuchar. Eso sería impensable en una exposición en
un museo, donde no sólo te muestran los cuadros, sino que también te
explican el contexto del artista, cómo hizo aquellos cuadros, qué
significado tuvieron. En este sentido, los músicos somos una especie de
museos vivientes de la música. Cuando haces música antigua y tocas
instrumentos antiguos debes hacer investigación. Debes aprender todo lo
que pasaba en aquella época, cómo vivía la gente, qué función tenía la
música, dónde y cómo se tocaba y cantaba. Porque la música es la
verdadera historia viviente del ser humano. Y un viaje en el tiempo; al
escuchar una canción de un periodo concreto, viajas a aquel momento,
vives la emoción que se vivía entonces.
¿Cómo recupera el patrimonio musical de las diferentes regiones? ¿Viaja a la zona?
Cuando puedo, sí, aunque suelo trabajar mucho con microfilmes. Hace un
tiempo, por ejemplo, estuve en Puebla (México) y había tanta música
interesante que me llevé partituras en estas microfichas que ahora
todavía estoy revisando. A veces también me envían piezas. Una vez unos
americanos me mandaron un rollo de microfilmes que habían encontrado en
Texas de música española antigua. Y unos amigos de Turquía me dieron un
volumen que se acababa de editar de música tradicional turca, a partir
del cual empecé a trabajar en el proyecto que editamos (se levanta,
parsimonioso, y se desliza entre estanterías bajas de libros hasta
llegar a un gran escritorio, lleno de partituras, toma un libro con suma
delicadeza y lo trae y muestra, lleno de anotaciones y señales). Es un
libro editado en facsímil y su transcripción. ¡Mire qué compases! 48x4,
16x4, 88x4… Muchos no existen en nuestra música y son estructuras
rítmicas muy complejas. Me pasé dos años estudiando, tocando e
intentando entender estas músicas; y al final, invité a músicos turcos a
Cardona (Barcelona) y nos pasamos una semana tocando juntos. Pensando.
“En el fondo todos necesitamos un ‘brie de follie’ para hacer cosas bellas. Si no estás un poco loco para arriesgar, no creas belleza”
Sorprende ver en sus conciertos a tanta gente joven.
Es lógico. Porque la música antigua es a menudo novedosa. La descubres
muchas veces en el mismo concierto y aporta una relación rítmica y
melódica muy intensa, que hace que te entre de forma muy directa.
Además, muchas de las músicas que hacemos están ligadas a las
tradiciones populares, a la música popular que es, en esencia, música
superviviente.
¿Superviviente?
Fíjese, ha sobrevivido a los años sin tener nombres famosos, a veces
incluso sin partituras. Y también ha ayudado a la gente a sobrevivir.
Imagine a un sefardí expulsado de España en 1492 que llega a Estambul, a
un mundo que no conoce, buscando un hogar. Al llegar la noche, se pone a
cantar sus oraciones, sus canciones, para así intentar recobrar la paz,
la esperanza. Lo mismo les ocurre a los irlandeses que se mueren de
hambre y deben marchar a Estados Unidos; un día se encuentran en San
Francisco, en un pub, y comienzan a tocar tres violines y a bailar sus
danzas. Y en aquel instante la música les aporta la sensación de estar a
salvo; en casa. Todas aquellas culturas en que hay una música
fantástica son las que han tenido que sobrevivir en condiciones
difíciles.
Aquí las músicas tradicionales orales…
¡Se han perdido ya prácticamente! Hoy en día pocos niños serían capaces
de cantar cinco o seis canciones tradicionales catalanas o españolas.
Nos hemos quedado sin lazo con la tierra. Y si se las saben, las cantan
de manera poco natural. Es una lástima, la influencia de los medios
globales hace que perdamos el aprecio por nuestras cosas y que estemos
deslumbrados por el mundo. No nos percatamos de que cuanto más globales
son la vida y la sociedad, más importante resulta que recordemos
nuestras raíces e identidad.
Para grabar sus álbumes, huye de los estudios. ¿Prefiere la sonoridad que le aporta una iglesia?
Lo que de verdad importa para todas las músicas es que cantes y toques
con emoción. Porque sin emoción no hay memoria. Y esa es la razón por la
que yo hago los discos bajo unas circunstancias muy concretas. Grabamos
en la colegiata de la iglesia románica de Sant Vicenç de Cardona; es un
museo y cierra a las seis de la tarde, lo que quiere decir que como
pronto comenzamos a grabar a partir de las siete o las ocho de la tarde y
estamos hasta bien entrada la madrugada. A veces, incluso hasta primera
hora del alba. Cuando estás a las dos o las tres de la mañana tocando,
extenuado, tienes que poner lo que los franceses llaman un suplement d’âme,
un suplemento de alma, porque el cuerpo ya está cansado. Y ese alma es
lo que tú sentirás cuando escuches aquella música. Es un sacrificio que
da buenos resultados. Grabas en condiciones de trabajo intenso, de
completa compenetración con la música y el espacio. Y estás allí,
cansado, pero te gusta lo que haces. Y entonces se produce un
dramatismo, una belleza que viene del sufrimiento. Es como parir algo,
que siempre es doloroso, porque crear es doloroso, aunque también
liberador y te hace sentir maravillosamente bien. Además, cuando lo
vives con un conjunto de personas, es realmente fabuloso.
“Imagine a un sefardí expulsado de España en 1492, que llega a Estambul. Canta sus canciones para intentar recobrar la paz. Lo mismo, los irlandeses que deben marchar a Estados Unidos”
Buena parte de la música que interpreta es religiosa. Es más,
descubrió su vocación en el coro del colegio religioso en el que
estudiaba. ¿Qué tal se tomaron eso sus padres, republicanos?
Mi padre era republicano, pero cuando fue el momento de mandarme al
colegio, consideró que la mejor opción que había en Igualada, donde nací
y crecí, eran las Escuelas Pías. Y eso que él no era creyente. Pero sí
era una persona con mucha sensibilidad y rápidamente entendió que a mí
me gustara de pequeño cantar en el coro del colegio. De hecho, cuando
decidí estudiar violonchelo, él fue el único que me comprendió. Era el
año 56 o 57, yo apenas tenía 15 años y en aquel entonces todos los
músicos de Igualada se habían quedado sin trabajo, desde el cuarteto de
cuerda que tocaba en el casino, hasta los pianistas del cine. En el
momento en que aparecieron los tocadiscos y los altavoces, a ellos ya no
los necesitaban.
Ay, la tecnología.
Por aquel entonces, yo estudiaba en el conservatorio y un día al llegar, había un cuarteto de cuerdas ensayando el Réquiem,
de Mozart. ¡Era bellísimo! ¿Cómo podía aquella música hacerte sentir
tanta, tanta emoción? Y de todos los instrumentos que había allí el que
más me gustó era el violonchelo. Sin decir nada, estuve meses trabajando
y ahorrando y cuando tuve suficiente dinero, me fui a Barcelona y me
compré un instrumento de segunda mano. Lo llevé a casa y la primera nota
fue horrible. Pero al poco rato conseguí hacer algo bello. Sentí por
primera vez en la vida que el esfuerzo que hacía daba un resultado.
Pero abandonó el violonchelo por la viola de gamba, un instrumento antiguo.
¡Aquello fue la locura total! Me decían: “¿Has estado nueve años de tu
vida trabajando en el violonchelo y ahora quieres dejarlo para comenzar
otra cosa?”. Pero no me influyó. Siempre he decidido por intuiciones muy
fuertes y hasta ahora nunca me he equivocado. La viola de gamba aprendí
a tocarla de forma totalmente autodidacta, aunque... lo cierto es que
detrás hay una buena historia. ¿Quiere que se la cuente?
¡Adelante!
En una ocasión fui a Santiago de Compostela a hacer un curso, y el
profesor, sorprendido, me dijo: “Pero Jordi, ¿por qué tocas estas
partituras con el violonchelo si están pensadas para viola de gamba?”. Y
aquí viene la gran casualidad de mi vida. Me apunto en la agenda
volviendo en el tren hacia Barcelona “buscar una viola de gamba” y al
llegar recibo una llamada de Ars Música: “¿Te interesaría tocar una
viola de gamba?”. Me quedé de piedra. Y claro, dije que sí. Luego
descubrí que había sido cosa de Montserrat Figueras (quien después se
convertiría en su esposa), que en aquella época también estudiaba en Ars
Música. Me había oído tocar alguna vez a Bach y me recomendó para un
concierto de este autor. Fue así como empezó todo. Porque Bach componía
para viola de gamba.
Después se marchó a Suiza, junto a Montserrat Figueras.
Empecé a tocar la viola en 1965 y después de tres años, aquí ya no
podía estudiar más. Entonces descubrí una escuela en Basilea, solicité
entrar y me cogieron. Durante dos años estudié perfeccionamiento. Y me
quedé a vivir allí. Tres años más tarde mi maestro se jubiló, convocaron
un concurso para ocupar su plaza, y lo gané. Y estuve allí hasta 1993.
Dedicarte a la música antigua en el centro de Europa es otra cosa.
Basilea está cerca de Francia, Italia, Bélgica, Alemania. Y eso me
facilitó que como músico joven me empezara a ganar rápido la vida.
Enseguida tuve oportunidades, me di a conocer. Fue mucho más fácil que
si me hubiera quedado en España.
Y eso que cuando empezó era la época dorada del pop…
Pero es que cuando arrancamos éramos un conjunto muy original. Hacíamos
música sefardí, antigua ¡con sandalias y una túnica india! Claro,
enseguida tuvimos cierto éxito, aunque eso del éxito es relativo, porque
con música antigua no son públicos muy grandes. Pero discográficas
europeas querían grabar con nosotros.
Incluso consiguió desbancar con su música antigua al mismísimo rey del pop.
Aquello fue una enorme sorpresa. Sucedió con la banda sonora del filme francés, delicioso, Todas las mañanas del mundo,
en que la viola de gamba es protagonista. Era una historia muy bonita, y
la sorpresa fue que la música entusiasmó a la gente joven. Y fue tan
impresionante que al tercer mes de estrenarse la película estábamos en
el top ten de las listas. Y eso que eran músicas supertristes y
melancólicas. Y sí, compitió en las listas de los más vendido con el
mismísimo Michael Jackson. Qué locura, ¿verdad? Y sin embargo, es así
como a veces las cosas funcionan. Con algo de locura. Porque en el fondo
todos necesitamos un brie de follie para hacer cosas bellas.
Si no estás un poco loco para arriesgar, no creas belleza. Y este ha
sido el leitmotiv de toda mi vida. “Sin utopía ninguna actividad
verdaderamente fecunda es posible” –lee una frase del libro del proyecto
Balkan–. Aunque buscar una cosa utópica conlleve que no la consigas nunca, el hecho de buscar es muy enriquecedor y te mantiene vivo.
Fuente: Texto de Cristina Sáez para magazinedigital.com
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